Ni deprimida, ni preocupada, ni siguiera apenada. Sólo triste. A veces se está así. De pronto sientes como si un aire cálido y pesado te invadiera filtrándose poco a poco por las venas, los huesos, hasta colarse por fin en los pulmones. (Juro que esto no tiene nada que ver con el tabaco) La realidad que te rodea adquiere una nueva apariencia y todo te conmueve absurdamente. El soniquete del semáforo al cambiar de color, (qué tontería, ni que fueran “discos dedicados”) un cartel escrito a mano que dice: “pollos frescos”, (y no es por pena de los pollos, qué va, es el cartel en sí, con sus trazos imperfectos en rotu rojo) un chiquillo que silba, una papelera llena, o vacía, todo. Es como una droga, la tristeza. Te coloca a la vez fuera del mundo y más parte de éste que nunca. Si sabes quedarte ahí un rato, sin ahuyentarla, sin buscarle explicaciones, sin renegar de ella, la tristeza te permite pasearte lentamente por encima y por dentro de las cosas. Lo malo es si te sorprenden. Si te encuentras con alguien y te pregunta, “¿Qué tal?” y tú le dices (acabas de decidir no renegar), “Triste”. Entonces ese viaje sereno se torna trabajoso, porque siempre te van a preguntar, “¿Por qué?” y siempre te van a recomendar “No estés triste, mujer” o peor, te van a asegurar que tiene que haber una razón y te instarán a buscarla para prevenir males mayores. Qué mala prensa tiene la tristeza. La pena tiene su justificación, la depresión su terapia, la ansiedad su pastilla en la mesilla, pero la tristeza así, porque sí, no tiene sitio, no está de moda. Nadie te pregunta casi nunca por qué estas alegre. Se congratulan y ya está. La alegría cotiza en bolsa siempre al alza. Si se siente de verdad es una especie de lotería, si no, se fuerza. No sé por qué. Como la tristeza, es muchas veces sólo un estado de ánimo. Como ésta te hace ver visiones un momento y después se va, dejándote inmersa en la dura o cómoda rutina, devolviéndote a la dimensión mediocre de las cosas. Somos contenedores de multitud de productos químicos que a veces se combinan de forma peculiar y nos hacen disfrutar de instantes de realidad deformada o reformada. Los estados de ánimo son como el efecto de las drogas que nos proporciona el organismo para no fosilizarnos de aburrimiento. Pero como con el resto de las drogas, la sociedad los ha clasificado en grupos y ha decidido que la tristeza es asocial. Levantarse cada mañana sin motivo como unas castañuelas, sin embargo, añade puntos al currículum. A nadie le parece una frivolidad ni una horterada tomar como patrón de vida el guión de un anuncio de refresco. Pues yo no pienso renunciar a la tristeza. A ratos de tristeza. La clave, como en todo, está en la medida.
Me gusta, Teresa. Es creíble.
ResponderEliminar